De Cara al Porvenir

Rompiendo esquemas

Pedro Juan González Carvajal*

La mayoría de los acontecimientos actuales en términos políticos y económicos pueden relacionarse directa o indirectamente con lo negociado en la llamada Cumbre de Yalta, celebrada entre el 4 y el 11 de Febrero de 1945, cuando los líderes aliados Roosevelt, Stalin y Churchill, ante la inminencia de la victoria militar sobre Hitler, se sentaron a repartirse el mundo y a especular acerca de la posible institucionalidad que se requeriría para administrar el nuevo orden mundial.

Yalta es una ciudad ubicada en la costa sur de la península de Crimea, en el mar Negro. Actualmente, se encuentra en la República de Crimea, que es un territorio disputado entre Rusia y Ucrania. Históricamente, Yalta perteneció a Ucrania, pero desde 2014, Rusia anexó Crimea, incluyendo Yalta. 

En resumen, Yalta se encuentra en la península de Crimea, en la costa del mar Negro, y es reclamada tanto por Ucrania como por Rusia, aunque de facto está bajo control ruso. 

Es extraño, pero hoy Yalta, el origen reciente de todo, está en el ojo del huracán por las disputas y las pretensiones de los aliados de antaño, concentrados en la Guerra entre Rusia y Ucrania.

Simultáneamente antiguos aliados, Irán e Israel pasan de las amenazas a los hechos y se declaran abiertamente la guerra.

Se pasa de la “Guerra a la sombra” practicada por Irán, quien antes del 7 de Octubre de 2023 atacaba a Israel de manera indirecta a través de sus movimientos terroristas aliados a una confrontación directa de relativa baja intensidad. Fue en Abril de 2024 que Irán lanzó por primera vez y de manera directa varios misiles contra territorio de Israel.

Solo hasta el 13 de Junio de 2025 Israel toma la iniciativa de atacar a Irán, destruyendo los principales centros de producción de elementos que hacían parte del programa nuclear Iraní y que según la inteligencia Israelí estaban aproximándose rápidamente a la construcción de 9 Bombas Atómicas, que serían empleadas para aniquilar a Israel.  

Como era de esperarse, ambos reclamaron abiertamente el derecho a la legítima defensa.

Obviamente el fiel que iba a desequilibrar la balanza era Estados Unidos que, ante el estupor mundial, y apoyando abiertamente a su aliado Israel, lanza 3 poderosas bombas sobre los principales centros nucleares de Irán, asegurando una enorme destrucción y en teoría aniquilando el proyecto nuclear Iraní.

Mientras se tenían conversaciones entre Estados Unidos e Irán, el presidente Trump, después de varios anuncios confusos y poco comprometedores, da la orden del ataque, pasando por encima de todos los Protocolos Diplomáticos y Legales, puesto que no le pidió autorización al Congreso para intervenir en esta guerra.

Una vez involucrado y con su particular estilo, Trump llama al orden tanto a Iraníes como Israelitas y los obliga a acordar un alto al fuego que hoy está en ciernes.

Solo Trump es capaz de obrar de la manera agresiva como ha obrado, obteniendo, afortunadamente y por ahora, unos resultados impensados, que de otra manera se verían desechados y opacados por el escalamiento del conflicto en medio de la ortodoxia diplomática.

De igual manera, lo que ha conseguido de la OTAN, en términos de que sus países miembros inviertan el 5% del PIB en defensa, solo lo logra él con su estilo amenazante, gústenos o no.

En otro nivel, ha logrado la firma de un acuerdo de paz entre Ruanda y la República Democrática de Congo.

Sus contactos con Putin y la reunión reciente en Alaska, muestran al menos buenas intenciones para servir de mediador en el conflicto entre Rusia y Ucrania.

Nuevos tiempos, nuevas estrategias, nuevas formas de ejercer el poder en una democracia tradicional.

Estamos, contra todos los pronósticos, ante un potencial Premio Nobel de la Paz.

El andamiaje de la institucionalidad planetaria y multilateral hoy en día es obsoleta y anacrónica, y las prácticas de las relaciones internacionales están tomando unas dinámicas imprevisibles con respecto a hace apenas unos pocos años.

Ante un conflicto, las partes invocan a su Dios y defienden su causa como justa, hacen llamados a sus aliados y buscan legitimar las causas del conflicto.

Lo que es claro a través de la historia es que ningún Imperio se ha construido por las buenas y que la guerra se convierte en un instrumento legitimador cuando la razón fracasa.

Usualmente las guerras se inician cuando las partes se distancian y se paran de las mesas de negociación, y terminan cuando se vuelve a una mesa para firmar una claudicación o una negociación con respecto a la causa del conflicto.  Un manejo de conflicto efectivista, amenazando y finalmente empleando la fuerza, visión autoritaria y rompimiento de las reglas de juego, han dado como resultado un por ahora exitoso parcial cese al fuego.

Aquella sentencia de que “el fin justifica los medios”, está hoy en plena vigencia.

¿A dónde iremos a parar?

*Doctor en Filosofía. Presidente de la Corporación Universitaria Lasallista.